jueves, 7 de junio de 2007

Mi último sueño

No he visto en San Sebastián habitantes de la calle durmiendo en las aceras, sin embargo cuando vi aquellos colchones a la intemperie, acomodados de tal forma que parecían estar esperando a sus dueños, no pude mas que quedarme ahí, parado, en un tiempo que se hacía eterno, sin ni siquiera poderme mover de esas escaleras que conducen a la Estación del Norte, a donde llegan los trenes provenientes de París.

Habían pasado cuatro meses desde mi llegada, estaba recorriendo la ciudad junto a Luisa, una de mis hermanas que había venido a verme, y no pude contenerme al ver aquella imagen, unas lágrimas brotaron de mis ojos al recordar la última noche en Colombia antes de partir a mi viaje a España.

Respiré profundo, me sequé las lágrimas, tomé la cámara e hice la fotografía, no para guardar aquella imagen sino para resguardarme a mi mismo, para exorcizarme de mis propios temores y poner lejos de mí, mis dudas y temores.
Estaba con mis amigos más cercanos, tomábamos un vino y comíamos un poco de queso azul, de vez en cuando llorábamos, como lo hago ahora, y hacíamos bromas muy seguramente para no tener que enfrentar la realidad que me esperaba.

Se fueron todos al tiempo, tan sólo quedamos los dueños de casa y Mario, ese novio con quien viví una relación que nació ya casi a punto de terminarse pero con un deseo enorme de aferrarnos a la posibilidad del mas profundo encuentro, una relación que se fue apoderando de nosotros y cambiando nuestras metas, metas que vieron recortadas sus alas cuando decidí que la vida de mis familiares y la mía misma eran mas importantes que quedarme, lleno de miedo, esperando que de cualquier lugar y a cualquier hora saliera un desconocido e intentara matarme.

Siempre tuve la certeza de que saldría ileso de cualquier atentado como sucedió aquella noche en que lanzaron a mi casa la granada y preferí pensar, en el primer instante, que había sido un atentado contra la cercana estación de buses urbanos que dar crédito a que la violencia en otra de sus formas había llegado a nuestras vidas.

En las cuatro noches anteriores a mi salida furtiva del país, cuando mucho había dormido tres horas en total; tenía miedo de cerrar los ojos, me negaba a repartir todas mis pertenencias y mis pequeños tesoros personales llenos de historias. No quería decidir sobre qué poner en la maleta y menos aun, podía aceptar que fuera cierto que los paramilitares hubieron logrado sacarme del país.Tal vez por ello hice y rehice las maletas en tres oportunidades, puse y saqué objetos, sabiendo que por muchos años o tal vez hasta cuando termine el gobierno de Uribe y no haya paramilitares tratando de apoderarse de grandes extensiones agrícolas y vidas, deberé quedarme en tierra extraña.

El cansancio pudo más que mi temor y decidí dormir las dos horas que faltaban para desplazarme al aeropuerto. Inicialmente el sueño fue profundo, luego soñé una vez más, se repetía aquel sueño en el que yo, caminando por calles desconocidas pedía monedas a los transeúntes.

Me desperté sobresaltado y llorando, temeroso de que esa idea pudiera ser realidad. No tenía la menor idea de cómo iba a ser mi vida de asilado pero prefería creer que nunca llegaría a esos extremos de pobreza absoluta.

Revisé rápidamente mi vida, recordé montones de compras inútiles y gastos innecesarios. Me dije a mí mismo que ser homosexual y no tener hijos a quien heredar no era una razón suficiente para tener tan pocos ahorros, pensé en que igualmente mis muebles, mi bien equipada cocina, mis libros, mis obras de arte quedarían en manos de otros, que muy seguramente nunca las volvería a tener conmigo y me dije a mí mismo que igualmente esas inversiones eran tan efímeras como la misma vida.

Respire profundo, me vestí de prisa, salí con rumbo al aeropuerto y al encuentro de una nueva vida, no tenía sentido preocuparme por lo que había hecho o dejado de hacer porque si de algo estaba seguro era que había vivido la vida que quería vivir y luchado por lo que debía luchar.

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