sábado, 8 de diciembre de 2007

Nuevos miedos, viejos dolores.

Las normas legales frente a los homosexuales, lesbianas, bisexuales, transexuales vienen cambiando en los diferentes países del mundo, por supuesto aun en algunos hasta el presidente jura que no hay homosexuales; en otros en cambio, como en España, se ha avanzado no solo hasta el matrimonio sino que temas como la equidad de géneros están superados.

El hecho de que cambie la norma no quiere decir que cambie la sociedad, para ello se requieren ciertos cambios culturales y estos requieren mucho más tiempo. Lo que ha pasado con Zerolo, el líder homosexual del Partido Socialista Español, en una muestra de la intolerancia en la que se convive en un país desarrollado y altamente tolerante como es España.

Solemos pensar que la discriminación y las manifestaciones de intolerancia solo les suceden a otros, pero casi nunca comprendemos que cuando hay fuego en la casa del vecino, las chispas del incendio pueden llegar a nuestro hogar.No hay presente sin pasado, toda nueva historia se construye sobre los cimientos de historias antes vividas; todo aprendizaje tiene como fundamento lo sabido, los nuevos temores salen de las cenizas de temores precedidos; una noticia leída a la carrera, la desazón surgida con una información previamente leída o escuchada…

Hoy, por ejemplo, he leído en el diario que Alicante es una de las ciudades mas violentas de España, que el 30 por ciento de las personas ha sufrido alguna forma de violencia en lo que va corrido de este año.

Hace unos días, en la televisión, se reportaba el asesinado de un joven por parte de otro joven, cabeza rapada, pro-nazi. En el informe se mostraba que entre las personas a quienes persiguen estos grupos de jóvenes, están los inmigrantes y los homosexuales. Mis temores se acrecientan cuando pienso: inmigrante y homosexual.

Ya no son solo los siempre visibles como los paramilitares o la iglesia en Colombia; los grupos de derecha como la gente del PRO, partido de Mauricio Macri, quien ganó la alcaldía de Buenos Aires; puede ser también cualquier joven en una calle de Madrid, Buenos Aires o de cualquier lugar del mundo.

Hace unos días estuve en un evento del Ministerio de Sanidad, en Madrid; el tema era inmigrantes y sida. Ese día en la mañana, yendo al instituto donde se desarrollaba el programa, debí caminar por una calle; estaba solitaria, oscuro todavía, y sentí mucho miedo; no un temor como el que se experimenta por ejemplo con la amenazas de muerte, cuando me las hacían a mi o cuando fueron contra mi familia, o el pánico que sentí al salir a la puerta de mi casa, en Bogotá, luego de que oyera y sintiera los efectos de la explosión de una granada que lanzaron para perpetrar un atentado en contra mi vida; ese susto que sentí cuando salí, pensando en que iba a auxiliar a otras personas, y un policía de antiexplosivos llega justo, en ese momento, a la puerta de mi casa y me dice: “éntrense que el atentado es contra usted”.

Fue el temor de sentirse perseguido, de mirar con desconfianza a las personas que caminaban a lo lejos; un pánico que no tiene como fuente a un sujeto con nombre concreto, a una organización especifica, es frente a cualquier desconocido que transita por la vía.

Una pesadumbre similar a la que hace algunos momentos experimenté, cuando levanté la vista del libro que estaba leyendo y justo en la silla diagonal a mi asiento, había sentado un joven, leyendo un libro que tenía en su carátula el símbolo de los nazis. Esa cruz esvástica me produjo una comezón, algo que sentí que recorrió toda mi espalda, un corrientazo.

Muchas ideas vinieron en ese momento a mi mente. Pensé en huir, pero sabía que estaba en un tren que iba a una buena velocidad; pensé en que los trenes tienen cámaras de video y que las cámaras estaban captando lo que allí sucedía, que en el tren había muchas mas personas; pero en ese momento me di cuenta de que en la bolsa en que llevaba mi portátil también estaba bordada la bandera con la que nos identificamos los homosexuales, la bandera del arco iris.

Intenté calmarme, respirar profundo. No podía saltar del tren en movimiento, no había tampoco en este muchacho ninguna reacción que me dijera que deseaba atacarme, tal vez ni se había percatado que yo estaba allí o del símbolo que había en mi morral.

Estábamos a unos pocos pasos, pero ni siquiera me atrevía mirarlo, nuevamente. De reojo pude darme cuente que guardó su libro, cerró sus ojos y cruzó sus brazos.

Respiré algo mas tranquilo, pero no pude seguir leyendo; pensé en hacer catarsis, en ventilar mi mente; relajé mis músculos y me dispuse a sacar mi cuaderno, mi pluma, y a escribir unas notas. Escribí este texto que ahora estoy leyendo.

Ahora que he terminado de leer lo que he escrito, también ha cambiado mi ritmo cardiaco, mi respiración; sé que ese chico no está aquí, que lo que pasó es solo un recuerdo, pero también sé que en mi historia, está el dolor producido por aquellos que creen que su manera de ver el mundo, es la única manera de explicarlo y de vivirlo.

No hay comentarios: