domingo, 12 de agosto de 2007

De amores y olvidos

¿Mi tierra?
Mi tierra eres tú.
¿Mi gente?
Mi gente eres tú.
El destierro y la muerte
para mi están adonde
no estés tú.
¿Y mi vida?
Dime, mi vida,
¿qué es, si no eres tú?
Luís Cernuda, CONTIGO.

Debido a que me hallo ocupado casi permanentemente no he tenido mucho tiempo para darme cuenta que estoy solo, pero es uno de esos tiempo que me tomo para relajar mi mente y estirar el cuerpo, mientras caminaba por la playa, por unos instantes me detuve a avistar el mar y a contemplarme a mí mismo.

No había reflexionado sobre la soledad, pero esa soledad tan acompañada como puede ser una tarde en un día de verano en un pueblo del mediterráneo logró que, en medio de miles de desconocidos, tomara conciencia de que con cada movimiento de las olas que se acercaban a mis pies la arena que estaba bajo los mismos se iba organizando de una manera diferente y que aquel montículo sobre el que estaba parado se transformaba lentamente con la fuerte envestida del agua.

Mis pies se fueron hundiendo con el peso de mi cuerpo y mis dedos quedando sepultados entre la arena, justo en ese momento relacioné la arena movediza con la relación que se tiene con los amigos; no solía reflexionar sobre qué es la amistad o quiénes realmente son mis amigos, pero en estos días del exilio en que por momentos me invade una infinita melancolía, me he interrogado varias veces al respecto.

Sé que los amigos, los verdaderos amigos son muy pocos porque cuando pienso en quién es un amigo, llegan a mi mente gratos recuerdos y hechos cotidianos que asocio con lealtad, solidaridad, acompañamiento… parto del hecho de que es alguien en quien yo puedo confiar, esa persona con quien puedo reflexionar en voz alta, un cómplice con quien necesariamente no tengo que estar de acuerdo porque logra diferenciar que su vida no es la mía y la mía tampoco la suya.

Con un amigo de verdad el vínculo se fundamenta en el respeto mutuo y permanece estable en el tiempo a pesar de que por algunas situaciones de nuestra cotidianidad cambien nuestros oficios, se transformen los intereses o incluso, debamos vivir en espacios diferentes.

Con los amigos no hay que estar hablando o chateando todos los días, el diálogo se da de acuerdo con la necesidad pero cuando nos vemos o hablamos no es necesario decir todo porque nuestras historias conjuntas tienen una continuidad. Las conversaciones tienen un acervo histórico y los temas surgen de acuerdo con las propias necesidades del momento.

Siento que ahora que estoy buscando asilo, la situación afectiva y emocional ha cambiando tanto de ellos hacia mí como de mí hacia mis amigos; antes nos soltábamos en nuestra emocionalidad más fácilmente y no escondíamos lagrima, carcajada o sorpresa, pero ahora, estoy seguro de que muchas veces nos guardamos ciertas situaciones emocionales porque tememos producir daño.

De ese temor a no ser asertivos me di cuenta en una ocasión en la que se suponía se había cerrado un chat con imagen y voz y, a pesar de la despedida, cámara y audio quedaron abiertos; yo estaba un poco acongojado y las lagrimas humedecieron mis ojos como sucede muchas veces durante y después de las conversaciones, y al otro lado, mis dos amigos comentaban entre sí, lo difíciles que son en estos momentos las pláticas no escritas pues no querían llorar durante el tiempo en que hablábamos, para no entristecerme.

Ese interés mutuo en protegernos me llenó aun más de nostalgia pero también de alegría. Es agradable saber que a los amigos, tanto como a mí, la separación nos ha transformado los sentimientos y que aun cuando tenemos plena conciencia de que nos amábamos ahora reconocemos la importancia que ese amor tiene para nosotros.

Es tan reconfortante saber que tienes amigos de verdad, pero también es tan triste saber que ciertas personas a las que considerabas tus amigos ni les va o les viene lo que a ti te sucede; en especial, es difícil saber que no cuentas mucho para ellos aun cuando tu suponías que era así, y que ese supuesto afectivo te llevó a confiar en ellos, en el momento de la gran crisis que suponía la decisión sobre si salir o no del país.

En esos días en que me fui desprendiendo de lo que era mi vida cotidiana de esos tiempos, de los objetos personales, de los enceres de mi casa, de los adornos que me contaban otras historias también me fui dando cuenta que hay amistades que surgen alrededor de un interés, de un objetivo que parece común, del encuentro cotidiano en un espacio determinado al que asistes con frecuencia, pero que esas personas no eran realmente mis amigos, porque cuando cambiaron los tiempos, o dejamos de estar en los espacios comunes se perdió dicho interés y desapareció igualmente todo vínculo.

No es que yo espere que aquellos de quienes pienso son mis amigos se comuniquen permanentemente, pues también sería un poco falsa esa situación ya que tampoco era así cuando teníamos la oportunidad de encontrarnos constantemente, pero no puedo negar que reconozco quiénes son realmente mis amigos cuando recuerdo que ellos, con una sola mirada, con un solo apretón de manos, con poner una mano sobre mi hombro fueron tan efectivos en sus mensajes, que siento, sé y extraño esa voz de aliento que me trasmitieron justo en el momento en que mi espíritu lo necesitaba.

Extraño los momentos compartidos con muchas personas pero extraño aun más que pasen los días y los meses y no suene el teléfono, no llegue un mail o ni siquiera a través de otros, me lleguen mensajes con recuerdos.

Mi familia es otra cosa, es mi familia a pesar de todo, porque esos lazos que con ella tengo no son decisión suya ni mía, pero en ella también tengo amigos, amistades, conocidos y desconocidos, y eso lo confirmo cuando al igual que con los que no son familiares, sé por lo dicho y por los hechos que hay personas en las que puedo contar y otras con las que es mejor perder toda esperanza.

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