Por Manuel Velandia
España, 2010-08-31
Pasaron tres años desde el momento que se iniciaron los trámites de asilo en San Sebastián, pero durante el último año estuve esperando a que me llamaran de la Cruz Roja para avisarme que me habían concedido el asilo. ¡Nunca fue así! La información me llegó de pronto, sin esperarlo y en el lugar menos pensado.Llegué a la policía en San Sebastián el 15 de abril de 2010 como lo hacía cada seis meses cuando me presentaba a renovar mi NIE -Numero de Identificación Extranjera-, un documento en el que constaba que tenía permiso para estar en España, pero que no me permitía salir del país. Al informar al policía que me atendió, sobre el motivo de mi presencia, este se retiró a su oficina y al regresar me comunica que no pueden renovar mi documento. Cuál no sería mi sorpresa; lo que inmediatamente pensé fue que no me habían concedido al asilo y que debía iniciar unos nuevos trámites de reposición del caso.
En ese momento estábamos en un pasillo, me dijo que pasara a una oficina, un lugar pequeño y con varias personas atendiendo simultáneamente, uno de ellos me informó que debía ir al banco, pagar una tasa y traer dos fotos.
Sentí que el piso se movía bajo mis pies y debí poner tal cara de circunstancias especiales, que inmediatamente el policía que me atendía me aclaró que no me podían renovar el “documento amarillo” porque me habían concedido el asilo y me darían un NIE plastificado.
Salí corriendo al banco y pagué lo estipulado. Al salir iba corriendo casi sin aire. Debí parar, no aguanté más, me puse a llorar; llamé a un buen amigo español quien se alegró tanto como yo lo estaba. Llamé a mi prima en Bilbao y le comenté lo que me había sucedido y le dije que más tarde la llamaría para confirmarle que la visitaría para celebrar; pensé en llamar a alguien de mi familia en Colombia pero de la emoción no recordaba ningún numero, al mirar en el móvil me di cuenta que al cambiar de aparato había perdido muchos números de teléfonos y pensé en ir inmediatamente a la biblioteca de la universidad y enviar un correo electrónico, pero de nada servía, eran las diez de la mañana y a esa hora todos dormían en Colombia, así que debía esperar algunas horas más para contarles. No tenía con quien compartir aun cuando ya había recordado algunos números; pensé que a pesar de que ese era un buen motivo de alegría, podría asustarlos demasiado si llamaba a una hora tan especial, pues allí eran siete horas menos.
Seguí caminando sin rumbo, pensé en desayunar, ir a una cafetería, sentarme por unos instantes y calmarme antes de ir a hacerme las fotos. Me reí al darme cuenta que no quería las fotos de ojo hinchado y rojo, porque estas quedaría así para siempre en mi documento y que quería algo estético. Desayuné tranquilo en la cafetería de un hotel junto a la policía, allí el desayuno me encanta. No fui a la maquina, sino a una tienda fotográfica, quería sentirme bien con la toma y así fue, me hicieron varias fotos para que escogiera, me decidí por la primera, el brillo de los ojos era más natural y la cara reflejaba la emoción del momento. Por supuesto se nota que había llorado, pero no me preocupó, igualmente esa mirada húmeda era una forma de vivir la alegría.
Regresé a la policía y entregue fotos y factura bancaria y me fui a la universidad, quería contarle a alguien, pero no me encontré con nadie conocido. Me puse a trabajar en mi tesis y dejé que corriera el tiempo, me asustó el sonido del móvil, era llamada desde la policía, me informaban que mi documento estaba listo y que debía regresar. No huno un documento nuevo, me dejaron el mismo “documento amarillo” para que no quedara sin identificación y me dijeron que debía regresar un mes más tarde por el documento plástico.
Cuando lo recibí me alegré y pensé en solicitar inmediatamente un pasaporte o mas correctamente un “documento de viaje” con el que podría viajar a cualquier lugar del mundo menos a Colombia. Me expidieron rápidamente el documento, me lo entregaron tan solo dos horas después de solicitarlo.
Fue la confirmación de que por cinco años o tal vez por más tiempo no podría regresar a mi país. Pensé que no importaba, que igualmente seguía opinando y participando en los procesos sociales que me interesan. Fui a ver a mi hermano y a su mujer que coincidencialmente estaban en San Sebastián, preparé la comida (el almuerzo) y seguí con mi rutina, con mi vida cotidiana de estudiante.
No pienso casi nunca en que no puedo ir a Colombia, me entristece pensar en que la gente que amo se va transformando con el tiempo y que yo no puedo verlo, pero me alegra saber que cada vez que deseo comunicarme, la tecnología hace que se rompan todas las barreras, así la imagen sea virtual los sentimientos están más a flor de piel y tienen más sentido los encuentros.
Este vídeo lo hice en Bilbao al día siguiente, no lo subí inmediatamente a la red, no sé la razón... ahora lo comparto en este blog.
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