Por Manuel Velandia Mora
Publicado en Revista Migrante Edición No. 2 Octubre 2008
Siempre me he preguntado qué es la familia y hay muchas maneras de responder a ese interrogante. La familia puede ser un grupo extenso conformado por una gran cantidad de personas con la que sólo tienes de común el apellido y alguno que otro evento social. La familia igualmente puede ser el grupo conformado por los padres, hermanos, pareja e hijos, o incluso puedes ampliarla a cuñados, sobrinos, nietos, bisnietos.
La familia pueden ser aquellas personas que amas, no porque compartas con ellas una buena parte de la información de tu ADN, sino porque en el momento en que precisas un abrazo, una voz de aliento, la compañía, alguien con quien contar, esas personas están para tí. La familia, en la distancia, son aquellos y aquellas con quienes nunca pierdes el vínculo, aquellos con quienes deseas y necesitas hablar y a quienes les sucede lo mismo contigo.
Cuando una persona decide inmigrar los lazos que le vinculan con su familia y neofamilia sufren una transformación; muchos que creíamos cercanos, desaparecen; otros que aparecían lejanos, se acercan. El momento en que sabemos quién es nuestra familia, es aquel en que nos damos cuenta que es más importante la lealtad, que eso que llaman amor fraternal. Cuando la presencia física cotidiana ya no es posible, en el cerebro suceden una serie de transformaciones, con las que los recuerdos asumen un peso diferente a partir de las nuevas relaciones que establecemos.
Hay personas, situaciones, palabras, emociones, historias, objetos que enriquecen a cada momento los recuerdos y se quedan atrás otras tantas personas y hechos, que afloran en algunos momentos especiales en los que nos invaden la nostalgia y los recuerdos; pero igualmente, también nos damos cuenta que con algunos y algunos, aquel espejismo de amor o lealtad que nos unía se hace cada vez más difuso e incluso desaparece.
Al estar lejos, la necesidad de comunicar se acrecienta y los silencios se hacen eternos. La Internet es quizás la herramienta más utilizada actualmente para establecer los vínculos afectivos con los seres a quienes consideramos nuestra verdadera familia; el chat, la conversación con imagen y voz adquieren una importancia especial y descubrimos o revaloramos lo importante que es la virtualidad como medio para construir y reafirmar relaciones.
Por otra parte, hay momentos en que preferimos el teléfono, lo usamos en aquellos instantes en que la necesidad de comunicar se hace apremiante y no nos permitimos ni siquiera esperar a que el computador se encienda.Me ha llamado notablemente la atención la cantidad de inmigrantes que descubren en el teléfono móvil el aliado para expresar su presencia ausente. Presencia que igualmente se evidencia en la gran cantidad de locutorios que es posible ubicar en los barrios en los que se hacinan los inmigrantes de escasos recursos en los diferentes países del mundo; es también allí, el lugar desde donde se llama, se usa la Internet y además, muchos envían el dinero con el que soportan a sus familias; aporte económico con el que suplen su presencia y excusan su ausencia y/o haber aceptado un cambio de vida en el que suelen realizar trabajos que seguramente no hubieran aceptado en su lugar de origen.
Creo que todos los inmigrantes vivimos momentos de tristeza en los que el peso de la melancolía aplasta nuestros hombros y que somos pocos quienes nos autorizamos a llorar y expresar tranquilamente nuestras emociones. Aun así, terminamos callando parte de nuestros sentimientos, lo hacemos mas por el temor a causar un dolor adicional que por valentía o egoísmo. A mí me encanta la conversación utilizando una cámara Web, no sólo es más barato sino que además posibilita una relación más real, emocional y profunda; bien dice el slogan publicitario y ahora dicho popular, “una imagen vale mas que mil palabras”. En la imagen es imposible ocultar la tensión de tu rostro, la humedad en tu mirada, la respiración entrecortada, la voz que logra emerger de los sollozos.
En mi caso particular nunca antes me comuniqué tanto como ahora con mis hermanas, hermanos, familiares y amigos. Programas como Skype o Messenger permanecen siempre abiertos desde el mismo momento en que enciendo el ordenador, pero debo decir que el cambio de horarios va en contra de mi deseo de comunicar lo que quiero en el momento en que se me ocurre. En nuestro emocionar cotidiano no existen los continentes ni las barreras horarias. Aun ahora, casi 20 meses después de mí partida, no logro acostumbrarme a pensar que mientras yo desayuno, ellos y ellas se preparan para ir a la cama o ya están en su primer sueño: de modo que he aprendido a no dejar pasar las ideas y envío mensajes que sé, leerán u oirán en el momento en que sus programas de mensajería virtual se abran.
Algunas veces las personas les preocupa hablar con las maquinas o más exactamente, grabar mensajes de voz en los contestadores telefónicos, en el MSN o en otro tipo de mensajería virtual, pero debemos recordar que a nuestra familia le alegra que comuniquemos nuestros pequeños logros, que quisieran celebrarlos tanto como nosotros e incluso que, entienden que nuestro dolor se aliviana con sus palabras de aliento.
No podemos permitirnos transigir en dejarnos acobardar por la tecnología y renunciar a expresarnos; recordemos que no es posible repetir los momentos, que las emociones surgen en el momento del encuentro, incluso en el virtual con una maquina; y que, más que seres lógicos que construimos explicaciones, somos seres emocionales que crecemos en la medida en que podemos ser más auténticos en nuestro emocionar, situación que nos hace seres verdaderamente humanos.
Los hombres, más que las mujeres temen expresar sentimientos a sus familiares y amigos; recordemos que aun los hombres que se nos antojan poco emocionales necesitan de este tipo de soporte en los momentos de crisis. No olvidemos lo importante que puede ser para quienes están al otro lado de la línea o del chat que les digamos que les amamos; que con ellos la soledad es algo más concurrida, que la distancia se hace corta y por qué no, también oír, que una lagrima brota en nuestros ojos y nuestra garganta se estrecha impidiéndonos expresar todo cuanto necesitamos comun-unicar.
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